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Mercado Ver o Peso |
Acogedora: ubicada en el estuario del río Amazonas, alcanzó su época de esplendor con el boom del caucho y en la actualidad lo típico es lo primitivo.
Al hombre que cabalga largamente por tierras selváticas le acomete el deseo de una ciudad, escribe Italo Calvino. La expresión resulta ser tan apropiada para
Belém que es lícito suponer que el creador de las Ciudades invisibles debió, si no visitarla, al menos reparar en su soledad cartográfica. En pocos lugares del mundo se tiene la sensación de final de viaje como en
Belém. Tras varios días de navegación por el Amazonas, sus rascacielos asoman milagrosamente sobre el perfil del agua. Sintiéndola próxima, los pasajeros se transforman: mudan de ropa, se visten para la ciudad que los espera y hasta despuntan sus teléfonos celulares.
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En la época de las grandes travesías, la sorpresa no debió ser menos impactante: "Al llegar a Pará viniendo de los bosques del Amazonas, creímos que nos habían transportado a
Europa", escribe confundido La Condamine, el primer viajero científico que, hacia 1740, descendió el Gran Río de las Amazonas y llevó a Europa la noticia del látex brasileño. Nunca imaginó que aquel puerto se convertiría, un siglo después, en la capital mundial del caucho. Belém llegó a tener su propia Companhia das Indias y sus barcos la vinculaban directamente con Lisboa y Liverpool. El oro y el cacao la volvieron ciudad demasiado rica como para depender de una capital tan lejana como Río de Janeiro.
Sólo hacia 1960, con la creación de Brasilia, Belém quedó incorporada definitivamente a Brasil.
Ampliar en LaNación. Foto de Marcos Joly
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