Antes el visitante huía del peligro de estos barrios marginales, muchos controlados por bandas de narcotraficantes, pero ahora pueden conocerlos en estado puro y con máxima seguridad
Río de Janeiro, la urbe que encandila con sus atractivos turísticos, ha sumado a esta oferta el retrato de sus favelas que a diario reciben decenas de visitantes de distintas nacionalidades para ver sobre el terreno la miseria que rodea estas barriadas, muchas controladas por narcotraficantes. Pero más allá del morbo que puede en algunos provocar un paseo por zonas pobres, lo concreto es que estos barrios humildes, enclavados en los cerros que se levantan por toda la ciudad, ofrecen desde sus cimas vistas espectaculares de las doradas playas cariocas y de la Bahía de Guanabara.
Es el caso de Vidigal, una favela cercana a las zonas acomodadas de Ipanema y Leblón, donde decenas de motociclistas, conocidos por su temeraria conducción, aguardan al turista en una plazoleta de aspecto desolador para trasladarlo en cuestión de minutos a lo alto de la colina por apenas 1,5 dólares.
En ese punto se inicia un sendero repleto de arbustos que en ocasiones impiden transitar con comodidad y que concluye en la cúspide del cerro, desde donde se contempla un místico atardecer de la "Cidade Maravilhosa".
Cada fin de semana va mucha gente a estos barrios, sobre todo extranjeros, y su seguridad está garantizada por los propios habitantes que ven en esta actividad una gran fuente de ingresos.
Entre los turistas que hoy en día se acercan a Vidigal es costumbre descender la ladera caminando y parar en las numerosas cantinas que salpican el paisaje de la barriada.